25º Aniversario CUPIF
Madrid, 02 de Junio de 2020
Quiero empezar este artículo con el propósito de no echar más leña a ningún fuego. Pero antes de entrar de lleno en el asunto debo advertir también de mi prevención hacia las efemérides y conmemoraciones aunque comprendo su necesidad en algunos casos como, sin duda, tienen los 25 años de trabajo incansable y generoso de CUPIF en el tratamiento y prevención de delitos que en muchos casos conducen a la pérdida de libertad de sus autores. Precisamente es a esta realidad tan poco humana de encierro y aislamiento a la que la sociedad continúa dando la espalda con su olvido, como lo hace con la muerte, quizá porque es algo que le sucede a los otros, los excluidos. Pero algo ha cambiado con la llegada de este nuevo jinete del apocalipsis que nos acecha y que ha conseguido llevar el buen nombre de la libertad al primer plano de la actualidad. Y es que en este tiempo de confinamiento necesario pero infinito todos nos hemos visto enfrentados, quizá por primera vez, a la sensación de que hay días que nos levantamos libres y días que no. Si son libres, aunque apenas seamos capaces de apreciarlo, juzgamos que la vida tiene sentido y nos empuja a pelear, amar u odiar y a buscar nuevas metas a pesar de los vaivenes del destino. Si por el contrario sentimos que la tan manoseada libertad nos falta, el día se torna en un paisaje silencioso y oscuro donde el tiempo ni avanza ni se detiene, como sucede cada jornada entre los muros de una celda o como en esta primavera que nos ha tocado a todos, que ha llegado con mal pie, encerrados entre cuatro paredes y espero que pronto pase de largo. En esta situación y aunque nos asalten más dudas que certezas necesitamos pensar, recuperar la humanidad para saber que estamos sobreviviendo, en casa o tras las puertas cerradas de una prisión.
A pesar de todo también puede ser un buen momento para soñar en que habrá otras primaveras mejores que esta. Animado por esta idea me decido a ponerme la indumentaria apropiada (mascarilla y guantes) para una nueva salida de la república independiente de mi casa al espacio exterior. Saltándome sin miramientos la soberanía tecnológica que está protagonizando este encierro me decido a salir tan solo con mi agenda, que ha conocido tiempos mejores, para anotar y tomar el pulso a la calle que nunca duerme pero que se muestra a mis ojos dormida del todo y aquejada de incertidumbre. Lo primero que escribo, a la vista de la ansiedad y la sensación de tiempo perdido que se puede leer en muchos rostros, es que lo contrario de la vida no siempre es la muerte sino el mal vivir, es decir, hacerlo sin un propósito ni avanzar ni sacar alguna conclusión de lo sucedido para afrontar lo que ha de venir. Enfrascado en mis pensamientos continúo callejeando y lo que sí puedo percibir es el aroma inconfundible de la estación que este año nos ha hecho dudar de todo pero que como siempre ha llegado con su habitual anuncio de esperanza. Esto me tranquiliza y me anima a reconciliarme conmigo mismo, mis miedos y mis dudas y con el resto del mundo. Tras este paseo por los alrededores que aprovecho para reflexionar sobre las expectativas del futuro y la incertidumbre que provoca, regreso a casa y dejo anotado, al final ya de este artículo, que es necesario prepararse para volver porque en cuanto nos levantemos otra vez libres todos nos vamos a necesitar. Es el momento de resurgir. Es mi gran esperanza.
Desde CUPIF nos unimos a este dolor profundo por las personas víctimas del COVID-19 y especialmente a sus familiares y amistades.