Ya no soy un maltratador

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  • Más de 8.000 maltratadores hicieron cursos de reeducación el año pasado
  • Las tasas de reincidencia se sitúan por debajo del 7%
  • ‘Mi hija ha tenido una mala infancia por mi culpa. Tengo esa cuenta pendiente con ella’

 

De las 48.653 condenas a medidas alternativas al ingreso en prisión que dictaron los jueces por delitos de violencia de género el año pasado, 8.298 obligaban a los hombres a cursar un programa de reeducación, conforme los datos oficiales. Se trata de personas sin antecedentes penales que no parecen suponer un peligro para sus víctimas y reciben una sentencia inferior a dos años de cárcel. Según los expertos consultados da resultado: las tasas de reincidencia están por debajo del 7%.

Los penados, sujetos al programa PRIA que administra Instituciones Penitenciarias y ejecutan distintas ONG en todo el territorio nacional, están así obligados por sentencia judicial a asistir, participar activamente y con buen comportamiento a nueve meses de sesiones semanales, grupales e individuales de terapia en las que se abordan desde el control de la ira y la gestión de las emociones, hasta la deconstrucción de conceptos erróneos sobre el papel del hombre y de la mujer en la familia.

CUPIF (Con un Pie Fuera) es una de las entidades que ejecuta, entre otros, estos talleres fuera de la cárcel. Trabaja desde hace 20 años con Instituciones Penitenciarias, contribuyó al diseño de las terapias que se realizan a nivel nacional y su personal es voluntario, desde la presidenta, Susana Díaz, y el coordinador, José Luis Regueras, hasta los psicólogos, sociólogos y criminólogos responsables de los grupos de terapia. Tratan entre 100 y 120 maltratadores al año y en 2014, por primera vez, han perdido la subvención pública que tenían para ello.

Defienden su labor de quienes ven prioritario trabajar con la mujer con el argumento de que la prevención de la reincidencia es, precisamente, el mejor servicio social. No pierden de vista que se trata de condenados y no justifican sus delitos desde ningún prisma. Eso sí, parten de la idea de que existen problemas de comunicación, de gestión de las emociones y de conducta que tienen remedio. «Aquí se mira un 99% de la persona y un 1% del delito», dice Regueras. Su tasa de reincidencia es del 2%.

Cada grupo tiene un coordinador y dos o tres monitores. Componerlo y crear un clima de confianza es el primer paso. «La actitud de las personas que vienen al programa el primer mes es de rechazo. No han interiorizado que están penados, porque no han pisado la cárcel, y no han interiorizado el delito: la culpa es de la ley, del abogado, de las mujeres. Están enfadados con todo el mundo», explica en una entrevista con Europa Press.

 

‘Como un seminario’

«Yo fui obligado claro, y muy indignado. Las palabras penado, cárcel, es algo que me crispa. Me lo acabé tomando como un seminario que yo hubiese contratado para mi enriquecimiento personal», dice Nicolás (nombre ficticio), un ex alto ejecutivo que cumplió siete meses de condena con un curso que duró nueve en CUPIF y que reivindica que herramientas como las que enseñan en esta terapia se impartan en el colegio: «Hay que enseñar a relacionarse con las personas».

Llegan reacios, pero «acaban entrando», porque interiorizan que lo han elegido para no entrar en prisión, porque se van dando cuenta de que les sirve y porque, al fin y al cabo, del informe que CUPIF eleve al juez sobre su actitud, dependerá que salgan libres o cumplan en prisión la condena entera. De hecho, se trata de una sustitución temporal. Si alguno reincide cumplirá en la cárcel esta pena y la nueva que se le imponga.

El presidente de la Audiencia Provincial de Alicante, Vicente Magro, promotor en 2004 de una iniciativa de reeducación de maltratadores pionera en España, incide en este aspecto como motor de la efectividad de los cursos, «la espada de Damocles sigue estando sobre ellos». En su opinión, «es mucho más eficaz» que una condena a trabajos en servicio de la comunidad, porque «arreglando jardines no se aprende a tratar a una mujer».

 

Reeducación como prevención

«Falta una cultura de apostar por la reeducación, sobre todo en ámbitos tan proclives a tener resultados positivos, como estos, los de violencia doméstica y los de tráfico, tres campos en los que se están cometiendo muchos delitos», explica. El 100% de los penados que han pasado por los cursos en la región reconocen que no habrían ido de no ser por orden judicial. La tasa de reincidencia aquí está entre el 6 y el 7%.

Nicolás, como José María (nombre ficticio), que cumplió un año con otro curso de la ONG, tienen en este sentido «la conciencia bien tranquila». Dicen que no piensan reincidir y temen incluso que pudiera parecerlo. «Aprendí a canalizar mis emociones y a no hacer nada sin haber meditado antes. Ahora, por ejemplo, escucho a los demás. Esto es como la cabeza del alfiler, si no la sabes usar, te hundes», dice José María.

Hay un perfil, aunque cada caso tenga miles de matices: «Una capacidad alta de frustración y una falta de respuestas emocionales para gestionarla». «La frustración viene desde la sensación de que el modelo que tengo interiorizado no me sirve. Como no sé gestionar ni un enfado, rompo cosas, doy portazos. Y eso ya es violencia. Como tampoco tengo control de mis impulsos, paso a pegar un empujón, una bofetada o voy a más», describe el coordinador de CUPIF.

No obstante, hay otros casos, como el de Alberto, que a sus 36 años hizo el curso por nueve meses de prisión. Un peatón vio a su novia tendida en el suelo mientras él la insultaba y denunció. Llevaba tiempo maltratándola, también en presencia de la niña que tenían en común, pero ella no le había denunciado y tampoco habló aquella vez. Reconoce que de haber sido así, habría ido directamente a la cárcel.

«La agredí y nunca me paré a pensar. Cuando me dijeron que tenía que ir a esos cursos, en el fondo sabía que necesitaba ayuda. Allí, con los ejemplos que ponían me di cuenta de que yo me equivocaba. Era mi último tren y me subí, cambié y ya no miré atrás. Pero me atormento cuando pienso de qué sirve arrepentirse y cambiar cuando el daño ya está hecho», explica.

El coordinador del que fue su grupo de terapia describe su caso como «un cambio de 180 grados» y las psicólogas, como «el mejor ejemplo de que los cursos sirven». «Me cambió para bien y mucha gente lo vio. Mi hija ha tenido una mala infancia por mi culpa. Al ver que he cambiado se alegra, quiere estar conmigo, hablamos más. En la educación de mi segunda hija, que tiene un año, lo hago mejor. Yo a mi niña la gritaba. Con ella es una cuenta pendiente que tengo. Y con mi ex pareja. Le hice mucho daño», declara.

Alberto dice que cuando su hija, testigo de los malos tratos, se plantó, fue «como mirar en un espejo» y así estaba cuando entró en CUPIF. Explica que cuando aprendió «lo que era la empatía» y entendió «lo que había pasado la gente a la que había hecho daño» le cambió la vida y se cambió hasta el nombre. Pregunta si es que no hay ayudas para la mujer, porque su ex no tuvo ninguna: «Yo sí, fui allí y ahora soy feliz, pero ella se quedó mal. Por eso creo que en estos casos a lo mejor debería haber ayudas para ellas ¿No?».

 

Fuente: elmundo.es